Inspirado en el poema, “Acaso
la hiedra” de B. Vallejos.
Mientras se extendía, aún somnolienta,
humedecía sus hojas perennes de color
verde oscuro con las primeras gotas de rocío y se adornaba con flores de color
amarillo verdoso.
Entretanto esperaba a la
sombra, que amorosamente la retenía, sostenía al muro.
El paredón, erosionado,
parecía indiferente a esta relación, se veía imposibilitado de expresar su
pasión por aquella hiedra, quizá por su firmeza y frialdad.
Lo asaltaban los celos, cuando
brotaban los primeros rayos del día y la
sombra impetuosa avanzaba sobre la hiedra, desvergonzada, haciéndola suya, ruin
amante que atrevidamente le quitaba, lo que por derecho parecía suyo.
-¡Canalla!- Pensaba el muro.
Transcurrían los días.
Cuando las nubes cubrían el
sol, la pena se adueñaba de la hiedra, la espera se hacía interminable.
Cansado de querer corresponder
un amor que sabía nunca le pertenecería, con el agobio de los años
entremezclados con su corpórea resistencia, se dejó extinguir, terminando así
con la asfixiante agonía.
Cayó el muro y con él la
hiedra, que sostenía su contar.
Macarena Traversa